Toda
mi vida no ha sido otra cosa que un aprender a morir».
La
vida es vivir. No es una cosa es un proceso: No hay otra forma de conocer lo que es la vida más que viviendo,
estando vivo, fluyendo, discurriendo con ella. Si buscas, el significado de la
vida en algún dogma, en una determinada filosofía, en una teología, da por
seguro que te perderás
lo que es la vida y su significado.
La vida no te está
esperando en ninguna parte; te está sucediendo. No se
encuentra en el futuro como una meta que has de alcanzar, está aquí y ahora, en
este mismo momento, en tu respirar, en la circulación de tu sangre, en el latir
de tu corazón. Cualquier cosa que seas,
es tu vida y si
te pones a buscar significados en otra parte, te la perderás. El hombre ha
estado haciendo esto durante siglos.
Los conceptos se
han vuelto muy importantes, las explicaciones se
han vuelto muy importantes y lo real ha sido olvidado por completo. No vemos lo que de hecho ya está aquí,
queremos racionalizaciones.
Oí
una hermosa historia.
Hace
unos años un americano de renombre tuvo una crisis de identidad. Buscó la ayuda
de la psiquiatría, pero no resolvió nada porque no encontró a nadie que pudiera
revelarle el significado de la vida, que era lo que él deseaba conocer. Poco a
poco se fue enterando de la existencia de un venerable e increíblemente sabio
gurú que vivía en una misteriosa y casi inaccesible región de los Himalayas.
Llegó a creer que solamente ese gurú le podría revelar lo que la vida significaba
y cuál debía ser su destino.
De
modo que vendió todas sus posesiones y empezó su búsqueda del gurú que todo lo
sabía. Estuvo ocho años yendo de pueblo en pueblo por todos los Himalayas,
buscándole. Y un día acertó a encontrarse con un pastor que le dijo dónde vivía
el gurú y cómo debía llegar a ese lugar.
Tardó
casi un año en encontrarle, pero lo consiguió. Se presentó a ese gurú, que
desde luego era venerable y tenía más de cien años de edad. El gurú accedió a
ayudarle, especialmente cuando escuchó todos los sacrificios que el hombre
había realizado buscándole.
«¿Qué es lo que puedo hacer por ti, hijo
mío?», le preguntó e lgurú. ,
«Necesito conocer el significado de la vida»,
le contestó el hombre.
A lo que, sin dudar un instante, replicó el
gurú, «La vida», dijo, «es un río sin fin».
«¿Un
río sin fin?», dijo el hombre con asombro. «¿Después de recorrer todo este
camino para encontrarte, todo lo que tienes que decirme es que la vida es un
río sin fin?»
El gurú se quedó estupefacto, anonadado. Se enfadó
mucho y le dijo, «¿Quieres decir que no lo es?»
Nadie
puede darte el significado de tu vida. Es tu vida y el significado ha de ser
también el tuyo. Los Himalayas no te servirán de ayuda. Nadie más que tú puede
encontrarlo. Es tu vida y solamente es accesible a ti. Solamente con el vivir
te será revelado el misterio.
Lo
primero que me gustaría decirte es: no lo busques en ninguna otra parte. No lo
busques en mí, no lo busques en las escrituras, no lo busques en inteligentes
explicaciones; son sólo justificaciones, no explican nada. Simplemente
atiborran tu mente vacía, no te hacen consciente de lo que es. Y cuanto más
está la mente atiborrada de conocimiento muerto, más torpe y estúpido te
vuelves. El conocimiento hace a la gente estúpida, adormece su sensibilidad. Se
atiborran de él, cargan con él, refuerzan su ego con él, pero no les aporta luz
y no les indica el camino. No puede hacerla.
La
vida ya está burbujeando en tu interior. Solamente puedes contactar con ella
allí. El templo no está en el exterior; tú eres su santuario. Por eso lo
primero que has de recordar, si quieres saber lo que es la vida, es: nunca la
busques en lo exterior, nunca trates de descubrirla en alguien. El significado
no puede ser transferido de este modo. Las Maestros más grandes nunca han dicho
nada sobre la vida, siempre te han devuelto a ti mismo.
Lo
segundo que has de recordar es: una vez que sepas lo que es la vida sabrás, lo
que es la muerte. La muerte es parte del mismo proceso. Por lo general creemos
que la muerte llega al final, por lo general creemos que la muerte se opone a
la vida; por lo general creemos que
la muerte es el enemigo, pero la muerte no es el enemigo. Y si consideras a la muerte como el
enemigo esto simplemente demuestra que no has sido capaz de saber
lo que es la vida.
La
muerte y la vida son dos polaridades de una misma energía, del mismo fenómeno,
el flujo y el reflujo, el día y la noche, el verano y el invierno. No están
separados y no son opuestos ni contrarios. Son complementarios. La muerte no es
el fin de la vida; de hecho es una culminación de una vida, la cresta de
la vida, el clímax, el gran final. Y una
vez conoces tu vida y su proceso, entonces comprendes lo que es la muerte.
La
muerte es una parte orgánica, integral de la vida y es muy amistosa con ella.
Sin ella la vida no puede existir. La vida existe debido a la muerte, la muerte
le da un trasfondo. La muerte es, en efecto, un proceso de renovación. Y la
muerte sucede a cada instante. En el instante en que inhalas y en el instante
en que exhalas, ambas se dan. Al inspirar, la vida entra; al expirar, viene la
muerte. Por eso al nacer un niño lo primero que hace es inspirar; entonces la
vida empieza. Y cuando un viejo muere, lo último que hace es exhalar; entonces
la vida se va. El exhalar es la muerte, el inspirar es la vida. Son como las
dos ruedas de una carreta. Vives tanto debido a que inspiras como a que
expiras. El exhalar es parte del inhalar. No. puedes inhalar si dejas de
exhalar. No puedes vivir si dejas de morir.
El
hombre que ha comprendido lo que es su vida, permite que la muerte suceda, le
da la bienvenida. Muere a cada instante y a cada instante resucita. Su cruz y
su resurrección suceden continuamente como un proceso. Muere al pasado a cada
momento y nace una y otra vez al futuro.
Si
observas lo que es la vida podrás saber lo que es la muerte. Si comprendes lo
que es la muerte, solamente entonces serás capaz de comprender lo que es la
vida. Forman un organismo. Por lo general, debido al miedo; hemos creado la
división. Creemos que la vida es buena, y que
la muerte es mala. Creemos
que
ha de desearse la vida Y que ha de evitarse la muerte.
Creemos que, de alguna forma, hemos de protegernos contra la muerte.
Esta idea absurda crea interminables desgracias
en nuestras vidas, porque una persona que se protege
contra la muerte se vuelve incapaz de vivir. Es la persona que teme exhalar
entonces es incapaz de inhalar y se queda embarrancada. Entonces simplemente
mal vive, su vida deja de ser un fluir, su vida deja de ser un río.
Si
realmente deseas vivir has de estar dispuesto a morir. ¿Quién en ti teme a la
muerte? ¿Teme la vida a la muerte? No es posible. ¿Cómo puede la vida sentirse
asustada por su proceso integral? En ti hay algo más que está asustado: El ego
es el que teme en ti. La vida y la muerte no son opuestos. El ego y la muerte
sí son opuestos. La vida y la muerte no son opuestos. El ego y la vida si son
opuestos. El ego está en contra de los dos, de la vida y
de
la muerte. El ego teme el vivir y el ego teme el
morir. Teme vivir porque a cada paso, al esforzarse en pos de la vida, hace qué
la muerte se acerque.
Si
vives, te estás acercando a la muerte. El ego teme morir, de
ahí que también tema vivir. El ego simplemente mal vive. Hay mucha gente que ni
está viva, ni está muerta. Esto es lo peor. Un hombre que está vivo plenamente
también está lleno de muerte. Ese es el significado de Jesús en la cruz.
Jesús acarreando con su propia cruz no ha sido
plenamente comprendido. Y les dice a sus discípulos, «Tendréis que llevar
vuestra propia cruz». El significado de Jesús llevando su cruz es muy simple,
no es nada más que esto: todo el mundo a de acarrear continuamente con su
muerte, todo el mundo ha de morir a cada momento, todo el mundo ha de estar en
la cruz porque éste es el único modo de vivir plenamente, totalmente.
Siempre
que te encuentres con un momento de total vitalidad, de repente también verás
ahí a la muerte. Sucede en el amor. En el amor, la vida alcanza un clímax, de
ahí que la gente
tema al amor.
Me siento asombrado
continuamente por la gente que viene a mí y que
me dice que teme al amor. ¿De dónde proviene este temor al amor? Se debe a que
cuando realmente amas a alguien tu ego empieza a desaparecer y a fundirse. No
puedes amar con el ego, el ego se convierte en la barrera. Y cuando quieres
destruir la barrera, el ego te dice, «Esto se convertirá en una muerte, ¡cuidado!»
La muerte del ego no es tu muerte. La muerte
del ego es en realidad tu posibilidad
de vida. El ego es simplemente una cáscara
sin vida a tu alrededor. Tiene que ser hecha pedazos y tirada. Surge de forma natural, del mismo modo que cuando un transeúnte pasa, el polvo se deposita
sobre sus ropas., sobre su cuerpo y
ha de darse un baño para limpiarse de ese polvo.
Al
movemos en el tiempo, el polvo de las experiencias, del conocimiento, de la
vida vivida, del pasado, se acumula. Ese polvo se convierte en tu ego. Al
acumularse, se convierte en una cáscara que ha de ser rota y tirada. Uno se ha
de bañar continuamente, cada día, de hecho, a cada instante, de forma que esta
cáscara nunca se convierta en una prisión. El ego teme al amor porque en el
amor la vida alcanza una culminación. Pero siempre que hay una culminación de
la vida también hay una culminación de la muerte. Van de la mano.
En
el amor mueres y renaces. Lo mismo sucede cuando meditas o rezas o cuando
acudes a un Maestro y te entregas. El ego crea toda suerte de dificultades, de
justificaciones, para que no te entregues. «Piénsatelo, medítalo, sé
inteligente». Cuando acudes a un Maestro, el ego sospecha, se llena de dudas,
crea ansiedad porque de nuevo estás volviendo a la vida, estás volviendo a una
llama donde la muerte va a estar tan viva como la vida. Recuerda que la muerte
y la vida se alimentan mutuamente, nunca están separados. Si estás un poco,
mínimamente vivo, en el mínimo; entonces verás a la vida ya la muerte como dos
cosas separadas. Cuanto más te acerques a la cima, más se irán aproximando. En
el ápice, se encuentran y se funden en uno solo. En el amor, en la meditación,
en la confianza, en la oración, siempre que la vida es algo total, la muerte
está allí. Sin muerte, la vida no puede ser total.
Pero
el ego siempre está pensando en divisiones, en dualidades, Lo divide todo. La
Existencia es indivisible, no puede ser dividida. Eras un niño, luego te
hiciste mayor. ¿Puedes delimitar cuándo te hiciste mayor? ¿Puedes señalar el
lugar en el tiempo cuándo de repente dejaste de ser un niño y te volviste un
joven? Un día te vuelves viejo. ¿Puedes indicar cuándo te vuelves
viejo?
Los
procesos no pueden ser delimitados. Sucede exactamente lo mismo cuando naces.
¿Puedes señalar cuándo naciste? ¿Cuándo comienza realmente la vida? ¿Comienza
cuando el niño empieza a respirar, cuando el doctor da unos azotes al niño y el
niño empieza a respirar? ¿Es entonces cuando nace la vida? ¿O es cuando el niño
entra en el útero, cuando la madre se queda embarazada, cuando el niño es
concebido? ¿Empieza entonces la vida? ¿O incluso antes que esto?
¿Cuándo comienza exactamente la vida?
Es
un proceso que no tiene ni fin ni comienzo. Nunca empieza. ¿Cuándo está muerta
una persona? ¿Muere cuando deja de respirar? Muchos yoguis han demostrado
científicamente que pueden dejar de respirar y seguir vivos y luego regresar.
De modo que el dejar de respirar no puede ser el final. ¿Dónde acaba la vida?
Nunca
acaba en parte alguna, nunca empieza en ninguna parte. Estamos sumergidos en la
eternidad. Hemos estado aquí desde el mismo comienzo, si es que hubo alguna vez
un comienzo, y vamos a seguir aquí hasta el final, si es que va a haber un
final. De hecho no puede haber un principio ni puede haber un final. Somos
vida, aun cuando la forma cambie, los cuerpos cambien, la mente cambie. Lo que
llamamos vida es solamente la identificación con un determinado cuerpo, con una
determinada mente, con una determinada actitud, y lo que llamamos muerte no es
más que el salirse de esa forma, de ese cuerpo, de esa idea.
Cambias
de casa. Si te identificas demasiado con una casa entonces el cambiar de casa
será algo muy doloroso. Creerás que te mueres porque la casa antigua era lo que
tú eras; esa era tu identidad. Pero esto no sucede porque sabes que solamente
estás cambiando de casa, que tú sigues siendo el mismo. Aquellos que han mirado
en su propio interior, aquellos que han descubierto quién son, llegan a
descubrir un proceso eterno, sin fin. La vida es un proceso sin tiempo, más
allá del tiempo. La muerte forma parte de él.
La
muerte es un revivir continuo, una ayuda para que la vida resucite una y otra
vez, una ayuda para que la vida se libre de las viejas formas, para librarse de
los edificios desvencijados, para librarse de las anticuadas estructuras de
modo que seas capaz de fluir y puedas de nuevo volverte
fresco y joven y seas otra vez virgen.
Oí
una vez.
Un
hombre estaba mirando antigüedades en un anticuario cerca del Monte Vernon
cuando se encontró con un hacha aparentemente antigua.
«Tiene
una gran hacha antigua aquí», le dijo al anticuario.
«Sí»,
le contestó el hombre, «perteneció a George Washington».
«¿De
verdad?», le replicó el cliente, «Se conserva en muy buen estado».
«Desde
luego», le dijo el anticuario, «Se le ha cambiado tres veces la empuñadura y
dos veces la hoja».
Pero
así es como es la vida, se cambian las empuñaduras y las hojas. De hecho parece
que todo cambia y aun así hay algo que permanece eternamente igual. Tan sólo
observa. Eras un niño, ¿qué es lo que queda ahora? Solamente un recuerdo. Tu
cuerpo ha cambiado, tu mente ha cambiado, tu identidad ha cambiado. ¿Qué
subsiste de tu infancia? Nada queda, sólo un recuerdo. No puedes saber si
realmente ocurrió o si lo soñaste o si lo leíste en un libro o si alguien te lo
dijo. ¿Fue tu infancia o fue la infancia de alguien? Hojea el álbum de viejas
fotos. Simplemente observa; ése eras tú. No podrás creértelo de tanto que has
cambiado. Todo ha cambiado, las empuñaduras, las hojas, todo, pero
aun así en lo más profundo, en alguna parte,
algo
sigue como una continuidad; algo que testifica, sigue ahí.
Hay
un hilo, por invisible que sea. Y todo va cambiando, pero ese hilo invisible
sigue siendo el mismo. Ese hilo está más allá de la vida y de la muerte. La
vida y la muerte son las dos alas de «eso» que está más allá de la vida y de la
muerte. «Eso» que está más allá continúa empleando a la vida y a la muerte como
a las dos ruedas de un carro, como complementarios. «Eso», vive a través de la
vida, «Eso» vive a través de la muerte. La muerte y la vida forman su
proceso, como el inspirar y el expirar, pero hay algo en ti que lo trasciende. «Eso
eres tú...», «Eso» que lo trasciende. .
Pero
nos hallamos identificados en exceso con la forma. Esto crea el ego.
Esto es lo que llamamos «yo». Por
supuesto que el «yo» ha de morir repetidas veces.
Por esto está constantemente atemorizado, temblando, agitado, siempre asustado,
protegiéndose, asegurándose.
Continuara......
Coatlicue o “La de la falda de serpientes,” era la diosa azteca de la vida y la muerte, de la tierra y de la fertilidad. Ella es la Madre Universal y los aztecas le dedicaron toda su devoción. Su representación más conocida es una figura antropomorfa que lleva una falda de serpientes y un collar de manos y corazones, arrancados de las víctimas. Su cabeza se forma por dos serpientes enfrentadas, símbolo de la dualidad, un concepto básico en la cosmovisión de las civilizaciones precolombinas.
Coatlicue era una diosa feroz, sedienta de sacrificios humanos. Sus afiladas garras en manos y pies remiten a la ferocidad del jaguar, animal sagrado por excelencia, y las serpientes que la cubren, sustituyendo incluso partes de la anatomía, simbolizan a la humanidad.
Coatlicue fue madre de todo y de todos, incluso de los dioses aztecas, como el dios de la guerra y el sol Huitzilopochtli. La leyenda dice que quedó embarazada de él cuando una pluma entró en su vientre mientras ella estaba barriendo. Esta misteriosa concepción ofendió a sus otros cuatrocientos hijos, pues una diosa podía concebir hijos con otros dioses solamente, por lo que alentados por su hija, la diosa Coyolxauhqui, decidieron matar a su deshonrada madre.
Así fue que le cortaron la cabeza a Coatlicue, pero en ese mismo momento, Huitzilopochtli nació armado y mató a muchos de sus hermanos y hermanas, cuyos cuerpos se convirtieron en estrellas. A Coyolxauhqui la desmembró y arrojó su cabeza al cielo, donde pasó a ocupar el lugar de la luna, mientras que el resto del cuerpo fue a parar a la profunda y obscura garganta de una montaña, donde permanecería por toda la eternidad.
En el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México se puede ver a la colosal Coatlicue, la Diosa Madre aparece aquí representando en sí misma al universo de las realidades divinas y humanas. Las culturas precolombinas, observando los cambios de la naturaleza, comprendieron que a lo largo del año había una temporada de sequías y otra de lluvias, es decir, de vida y muerte en un ciclo constante.
Este concepto de dualidad quedó plasmado en la concepción del universo, en sus dioses mismos y en el quehacer cotidiano. Coatlicue sintetiza esta cosmovisión del hombre mesoamericano, su mundo de opuestos y complementarios y el deber de mantener el equilibrio universal.
Coatlicue era una diosa feroz, sedienta de sacrificios humanos. Sus afiladas garras en manos y pies remiten a la ferocidad del jaguar, animal sagrado por excelencia, y las serpientes que la cubren, sustituyendo incluso partes de la anatomía, simbolizan a la humanidad.
Coatlicue fue madre de todo y de todos, incluso de los dioses aztecas, como el dios de la guerra y el sol Huitzilopochtli. La leyenda dice que quedó embarazada de él cuando una pluma entró en su vientre mientras ella estaba barriendo. Esta misteriosa concepción ofendió a sus otros cuatrocientos hijos, pues una diosa podía concebir hijos con otros dioses solamente, por lo que alentados por su hija, la diosa Coyolxauhqui, decidieron matar a su deshonrada madre.
Así fue que le cortaron la cabeza a Coatlicue, pero en ese mismo momento, Huitzilopochtli nació armado y mató a muchos de sus hermanos y hermanas, cuyos cuerpos se convirtieron en estrellas. A Coyolxauhqui la desmembró y arrojó su cabeza al cielo, donde pasó a ocupar el lugar de la luna, mientras que el resto del cuerpo fue a parar a la profunda y obscura garganta de una montaña, donde permanecería por toda la eternidad.
En el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México se puede ver a la colosal Coatlicue, la Diosa Madre aparece aquí representando en sí misma al universo de las realidades divinas y humanas. Las culturas precolombinas, observando los cambios de la naturaleza, comprendieron que a lo largo del año había una temporada de sequías y otra de lluvias, es decir, de vida y muerte en un ciclo constante.
Este concepto de dualidad quedó plasmado en la concepción del universo, en sus dioses mismos y en el quehacer cotidiano. Coatlicue sintetiza esta cosmovisión del hombre mesoamericano, su mundo de opuestos y complementarios y el deber de mantener el equilibrio universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario