lunes, 15 de julio de 2013

Complementarios

El mundo ha vivido en dos partes. El hombre ha hecho su propio mundo mientras la mujer ha vivido en una sombra... ha creado su propio mundo en la sombra. Es muy desafortunado, porque un hombre o una mujer, para estar completos, para ser un todo, deben poseer todas las cualidades juntos. Tanto los hombres como las mujeres deberían de ser tan suaves como un pétalo de rosa y tan duros como una espada... juntos. Entonces, sea cual fuera la oportunidad y siempre que la situación lo requiera... Si la situación nece­sita que seas una espada, estar listos; si la situación necesita que seas un pétalo de rosa, estar listos. Esta flexibilidad -entre el pétalo de rosa y la espada- enriquecerá nuestra vida.

Es muy difícil para una mujer decidirse, porque es más fluida, más un proceso y menos solidez. Esa es su belleza y gracia. Es más parecida a un río, no para de cambiar. El hombre es más sólido, más directo, seguro, decisivo. De modo que siempre que sean necesarias decisiones, es­cucha a un hombre. Y cuando no se necesiten decisiones, sino flotar a la deriva, entonces es la mujer la que puede ayudar al hombre a escucharla a ella.
La mente femenina puede revelar muchos misterios, igual que la mente masculina puede re­velarlos; pero así como existe un conflicto entre la ciencia y la religión, de la misma manera hay un conflicto entre el hombre y la mujer. Se espera que un día el hombre y la mujer se complementen en vez de estar en conflicto, pero ese será el mismo día en que la ciencia y la re­ligión también se complementen. La ciencia es­cuchará con comprensión lo que diga la religión, y la religión escuchará con comprensión lo que diga la ciencia. No habrá invasión, porque los campos son absolutamente diferentes. La ciencia se mueve hacia el exterior, la religión hacia el in­terior.
Las mujeres son más meditativas, los hombres más contemplativos. Pueden pensar mejor. Estupendo... cuando se requiera pensar, escucha al hombre. Las mujeres pueden sentir mejor. Cuando sea necesario sentir, escucha a las mu­jeres. Y tanto sentir como pensar hacen que una vida sea completa. De manera que si de verdad están enamorados, nos convertiremos en un símbolo de yin/yang. ¿Habrás visto el símbolo chino del yin/yang? Dos peces casi se encuentran y funden entre sí en un movimiento profundo, completan­do el círculo de energía. Hombre y mujer, hem­bra, y macho, noche y día, trabajo y descanso, pensar y sentir: no son elementos antagónicos, son complementarios. Y si amas a una mujer o a un hombre, nos veremos tremendamente potenciados en nuestro ser. Nos volveremos completos.
El hombre y la mujer son dos partes de un to­do; su mundo también debería ser un todo, y deberían compartir todas las cualidades sin dis­tinción... ninguna cualidad debería ser catalogada como femenina o masculina.
Cuando haces que alguien sea masculino, esa persona pierde grandes cosas en su vida. Se queda seco, se estanca, se vuelve duro, casi muerto. Y la mujer que olvida por completo có­mo ser dura, cómo ser una rebelde, está destinada a convertirse en una esclava, porque solo posee cualidades blandas. Ahora bien, las rosas no pue­den combatir con las espadas, serían aplastadas, aniquiladas y destruidas.
Aún no ha nacido un ser humano total. Ha habido hombres y ha habido mujeres,   pero no ha habido seres humanos.


La masculinidad puede tener dos direcciones, igual que le sucede a la feminidad. La mente masculina puede ser agresiva, violenta, destructi­va... esa es solo una de las posibilidades; los hombres han intentado eso, y como resultado la humanidad ha sufrido mucho. Y cuando los hombres prueban ese aspecto negativo de la masculi­nidad, de forma natural las mujeres comienzan a adoptar la feminidad negativa, con el fin de no se­pararse de los hombres. De lo contrario, el abismo sería demasiado -grande, insalvable. Cuando la fe­minidad es negativa, es inactividad, letargo, indi­ferencia. El hombre negativo únicamente puede tener un puente con una mujer negativa.
La masculinidad positiva es iniciativa, creati­vidad, aventura. Son las mismas energías, pero moviéndose en un plano diferente. La mente negativa masculina se vuelve destructiva, la men­te positiva masculina se vuelve creativa. La des­tructividad y la creatividad no son dos cosas, sino dos aspectos de una energía. La misma energía puede tornarse en agresión y en iniciativa.
 Cuando la agresión es iniciativa, posee una belleza propia. Cuando la violencia se transforma en aventura, en exploración, exploración de lo nuevo, de lo desconocido, tiene un beneficio tre­mendo. Y lo mismo sucede con lo femenino. La inactividad es negativa, la receptividad es positi­va. Se parecen, tienen un aspecto muy similar. Nos harán falta ojos muy penetrantes para ver la dife­rencia entre lo inactivo y lo receptivo. La inacti­vidad es, sencillamente, aburrimiento, muerte, desesperanza. No hay nada que esperar, nunca va a suceder nada. Es caer en un letargo, en una espe­cie de indiferencia. Lo receptivo es una bienveni­da, es una espera, tiene una plegaria en su interior. La receptividad es un anfitrión, la receptividad es un útero.
La indiferencia y el letargo son venenos. Pero lo mismo que se vuelve indiferencia puede transformarse en desapego, y entonces posee un sabor por completo diferente. La indiferencia se­ parece al desapego, pero no lo es; la indiferencia es, sencillamente, falta de interés. El desapego no es la ausencia de interés... el desapego es el inte­rés absoluto, un interés tremendo, pero aún con la capacidad de no aferrarse. Disfruta del momen­to mientras está ahí, y cuando el momento co­mience a desaparecer, como todo está destinado a desaparecer, déjalo ir. Eso es desapego.
Un hombre, para ser realmente masculino, ha de ser aventurero, creativo, ha de ser capaz de tomar tantas iniciativas en la vida como le sea posible. La mujer, para ser de verdad una mujer, ha de ser un estanque de energía detrás del hom­bre, para que la aventura pueda disponer de tanta energía como sea posible. La energía será nece­saria para que la aventura pueda tener cierta ins­piración, cierta poesía, de modo que el alma aventurera pueda relajarse en la mujer y verse re­llenada con vida, rejuvenecida.
El hombre y la mujer, juntos, moviéndose de manera positiva, son un todo. Y la verdadera pa­reja -y hay muy pocas parejas verdaderas- es una en la que cada uno se ha unido con el otro de una forma positiva.
Si el poeta sabe que la mujer está detrás de él, apoyándolo, su poesía puede alcanzar gran­des alturas. Si el hombre sabe que la mujer está siempre con él, posee una gran fortaleza; puede lanzarse a cualquier aventura. En cuanto siente que la mujer no está con él, se le agota la energía. En ese momento solo le quedan sueños; pero son impotentes... carecen de energía, no se pueden llevar a cabo. El factor de realización es la mujer. El factor de soñar es el hombre.
En la búsqueda de Dios, o de la verdad, el hombre ha de conducir y la mujer ha de seguir. En nuestro interior el animus ha de convertirse en maestro y el ánima en discípulo... y recuerda, ajenos a que sean hombre o mujer.
La mujer es inactiva. El hombre es dinámico. Por eso ves a las mujeres con aspecto apaci­ble y a los hombres con aspecto inquieto. Incluso cuando eran bebés, bebés pequeños, la diferencia estaba ahí. El niño bebé es muy inquieto, intenta agarrar esto, agarrar lo otro, trata de llegar a algu­na parte; es un incordio. Y la niña bebé jamás es un incordio; se sienta abrazando en silencio a su muñeca. Un tremendo reposo... El principio del reposo es la mujer y el principio de la inquietud es el hombre, de ahí las redondeces y la belleza de una mujer y el estado constantemente febril de un hombre.
Pero para crecer necesitaras el principio de la inquietud en nosotros, porque el crecimiento significa cambio. La mujer es básicamente orto­doxa, el hombre básicamente es poco convencio­nal. La mujer siempre apoya el statu quo, y el hombre ya está dispuesto a ir en pos de cualquier estúpida revolución. Apoya cualquier cosa en cambio. Que sea un cambio para bien o para mal es de poca importancia. «El cambio es bueno».
La mujer siempre es partidaria de lo viejo, de lo establecido, sin importar que sea bueno o malo. «Como siempre ha sido así, ha de ser así».
El desarrollo requiere que en nosotros se fun­da el principio del estancamiento. Si la mujer que hay en nosotros está helada, debe fundirse para que puedan convertirse en río. Pero el río también necesita el apoyo de las riberas... que son estáti­cas, no lo olvides. Si el río careciera de riberas, jamás llegaría hasta el océano. Y si el río estuvie­ra helado, jamás llegaría hasta el océano. De mo­do que el río ha de derretirse, convertirse en agua, y aun así requerirá el apoyo de las riberas, que son estáticas.
Lo repito: el hombre ha de ser masculino y la mujer ha de ser femenina, pero de un modo positivo. Entonces estar juntos es una medita­ción, realmente es una gran aventura. Entonces estar juntos aporta sorpresas nuevas cada día. En­tonces la vida es una danza entre esas dos polari­dades, que se ayudan y se nutren.
El hombre solo no será capaz de llegar muy lejos. La mujer sola simplemente será un estan­que de energía sin posibilidad alguna de movi­miento dinámico. Cuando ambos están juntos son complementarios. Ninguno está por encima del otro. Los complementarios jamás están arriba o abajo, son iguales. Ni el hombre ni la mujer están arriba, son complementarios. Juntos conforman un todo y juntos pueden crear algo sagrado que no resulta posible para ninguno por separado.
Son totales. Reclama aquello que nos ha sido negado por la sociedad; no temas hacerlo. No temas... si eres hombre, no temas ser mujer a veces.
Alguien ha muerto; no podes llorar porque eres hombres y las lágrimas solo son para las mu­jeres. Qué cosas tan hermosas son las lágrimas... negadas a los hombres. Entonces el hombre se      vuelve más y más duro, violento, ansioso. 
Me gustaría que los hombres también pudieran llorar como las mujeres. Dejar que las lágrimas fluyan, nos suavizarán los corazones. Nos harán más líquidos y fluidos. Derretirán la estruc­tura de nuestra ventana y nos permitirán disponer de un cielo más grande.
A las mujeres no se les permite reír estruen­dosamente, va contra la gracilidad femenina. ¡Qué tontería! Si no puedes reír con intensidad, nos perderiamos mucho. La risa debe surgir del vientre. La risa debe ser tan hilarante como para sacudir todo el cuerpo. No debería ser embriagadora. Pero las mujeres sonríen; no ríen. Una risa estruendosa es tan poco femenina. Entonces las damas llevan una vida febril. Poco a poco se vuelven más oní­ricas, irreales, poco auténticas.

 No nos volvemos damas y caballeros. Nos volvemos completos.

Continua en Cortejo

No hay comentarios:

Publicar un comentario